miércoles, 10 de diciembre de 2008

ITALIA 3ª Parte // Venecia

(Venecia nos recibió con un sol espléndido en un cielo celeste y limpio, pero con bajas temperaturas) Todo lo que se ve, se lee, se escucha y se critica de Venecia se cumple, con el valor añadido de que son los propios ojos, las propias manos, la propia nariz, los que contemplan y constatan tales verdades. Si todo lo que se comenta de esta ciudad que lentamente se ahoga en el mar es curioso y sorprendente, cuando se comprueba es sublime. Pese a los esfuerzos de geólogos, ingenieros, arquitectos y de todo aquel humano capaz de echar una mano, esta difícil empresa de mantener a flote a Venecia es cada vez más complicada. Lo que han leído en post anteriores sobre el "apretujamiento" turístico en Florencia queda minimizado completamente a la hora de hablar de Venecia, en donde agua y turistas es lo que sobra. Estos últimos pueden llegar a superar 150 veces a los pobladores autóctonos, los que quedan o han aguantado la invasión. La bendición de Venecia es la casi nula presencia de vehículos terrestres a motor. Sólo hay transporte acuático, desde el bote a remo estacionado en la puerta, pasando por las clásicas góndolas para turistas, hasta los barcos de transporte de pasajeros, llamados Vaporetos, muy caros por cierto.
Gran Canal
Es la única ciudad peatonal del mundo. Es cara, es cierto, pero si se busca y rebusca se puede encontrar alojamiento y un plato de comida caliente barato o en su defecto alcanzando la normalidad y los estándares requeridos por el bolsillo flaco. Como ya dije los sistemas de transporte público son el vaporetto que conectan las diferentes islas y se mueven por los 2 canales más grandes, porque así evitan los embotellamientos (nunca mejor dicho) del centro de la ciudad y porque obviamente no caben en los angostísimos canales. Además no son necesarios, para qué, si Venecia es pañuelo. Las piernas son el mejor medio de transporte en Venecia, salvo si queremos ir a una isla, ahí sí que es difícil. Para que se hagan una idea aproximada, el centro de Venecia está conformado por 118 islas conectadas por muchísimos puentes. Las vías aquí se llaman calles, pero con una tipología muy particular en la que podemos encontrar fundamenta que van paralelas al canal, ruga son calles sin salida, ramo son callejones y las plazas reciben el nombre de campo. Por más mapa detallado que tengas es completamente imposible no perderse por Venecia. Muchas veces no queda más remedio que seguir el camino indicado por los carteles que van guiando a los puntos más “calientes” de la ciudad. Es innumerable la cantidad de puentecitos arqueados o rectos, de madera o cemento, toscos y elegantes, que se cruzan al cabo de pocos minutos de caminata.
¿La ciudad se hunde o el agua sube?
Puente del Rialto sobre el Gran Canal
La humedad en Venecia es considerable y tonto sería si no se me ocurriera el por qué. Si nos detenemos a ver las fachadas agrietadas, descascaradas y enmohecidas de las viviendas, que aunque sean para mi gusto muy fotogénicas, nos damos cuenta de que sufren mucho, pero la peor parte se la deben de llevar el interior y los cimientos de las casas. En algunas zonas el olor del agua puede ser nauseabundo. Nos contaron que aquello es muy desagradable en verano. Dicen que cuando el sol calienta, los desagradables vapores suben y penetran a través de las vías olfativas hasta llegar al cerebro, el cual envía el alerta roja a los dedos de las manos que inmediatamente aprietan la nariz con fuerza, consiguiendo cerrar momentáneamente el paso al olor asqueroso. No fue para tanto en realidad. El polo magnético de Venecia y uno de los puntos “calientes” como le digo yo, es la Piazza San Marco, la única plaza de Venecia, el resto son campos como ya dije. Durante el día, es un gran hormiguero rectangular de 500 m2 que concentra a miles de turistas sacándose fotos y contemplando la exótica Basílica de San Marco que preside la plaza. En su fachada concentra muchos estilos y detalles que parecen ser más bien la acumulación de objetos al azar más que con una cierta planificación. El interior es más de lo mismo. Al más puro estilo kitsch, los 4000 m2 del interior están cubiertos de mosaicos predominantemente dorados, puede resultar de mal gusto, recargado e empalagoso. Después de tanto caos artístico conviene dar un paseo por el borde del Gran Canal y observar el inmenso estacionamiento de góndolas y a los grupos de gondoleros ataviados con sus sombreros típicos y sus remeras a rayas horizontales blancas y negras, a la espera de ser llamados para la acción y sacarse el frío. Enfrente el Ponte dei Sospiri o Puente de los Suspiros. Un pequeño puente cerrar que comunicaba las cárceles con las oficinas del estado. Por allí pasaban los presos condenados a muerte que recibían a través de las diminutas ventanas enrejadas el último soplo de aire o último suspiro antes de pasar al otro lado, del puente y de la vida terrenal.
Atravesando canales y caminando de costado, en cuatro patas o agachados por los callejones imposibles, se llega a una zona animada con tiendas, restaurantes, mercados de artesanías y los infaltables gondoleros con sus góndolas. Otro punto “caliente” de Venecia, que es como no el puente del Rialto, uno de los puentes más grandes y característicos de la ciudad que cruza el Gran Canal y en cuyo proyecto metió las narices Miguel Ángel, cuando recién era peón de obra. El sol se puso pronto, un poco más de las cinco de la tarde, y la fría noche cambia el paisaje veneciano. Igualmente, nunca deja de mermar la afluencia de turistas. De noche, Venecia, también tiene su encanto. Los recuerdos y souvenir recurrentes son las caretas de carnaval, una de las fiestas más importantes de Venecia y de Italia, y las artesanías hechas con vidrio de Murano, una isla cercana.
A la mañana siguiente, casi se me atraganta el croissant del desayuno, cuando vi por la ventana del hotel los copos blancos de nieve que caían sin cesar. Nevando en Venecia, era lo que nos faltaba. Apuramos el café, nos abrigamos como el día lo requería y salimos a la aventura. Comprobamos que la nieve no era tan sólida y el frío no era el suficiente para que se mantuviera. Se hacía agua antes de tocar el suelo o los paraguas. El agua nieve colaboró para que los canales se desbordaran. La gente chapoteaba agua por las veredas que por el momento eran transitables. Algunos comerciantes comenzaron a sacar agua de sus negocios con los sistemas de bombeo. Para nosotros era una novedad, para ellos seguramente era una rutina. A pesar de que Venecia continúa empecinada en su particular y macabra pulseada con la intransigente madre naturaleza, cuyo resultado, seguramente negativo al cabo de los años o los siglos para la ciudad italiana, nadie se va de allí defraudado, todo lo contrario.
Piazza San Marco. Basílica.

domingo, 7 de diciembre de 2008

ITALIA 2ª Parte // Florencia

Pisa no requiere mucho tiempo para llevarse un buen recuerdo. Desprendidos del encanto que provoca la torre tambaleante, otro encanto a una hora de tren de allí, llamado Florencia, atrae a cualquiera que ande rondando por la zona. Al llegar a Florencia, la primera impresión es de una ciudad que agobia, que apretuja y oprime a los turistas con los propios turistas que la visitan. Florencia te envuelve con sus calles angostas, a veces sin veredas, en las que da la impresión de que se van estrechando cada vez más y las fachadas de los edificios te van cerrando el paso. La ciudad medieval ha dejado su lugar a una ciudad moderna con sus problemas característicos de contaminación y tránsito caótico en zonas céntricas.

Il Ponte Vecchio

Lo romántico y tópico sería decir que las calles de estas maravillosas ciudades de Italia huelen a café recién hecho, a pomodoro y a carbonara, y a crujientes panes recién horneados. Aunque nada de lo anterior es mentira, el haber paseado mi nariz por allí me autoriza a decir que no hay que obviar el olor más intenso que recorre el centro de Florencia, y es ni mas ni menos que el aroma a polución escupido en forma de gases tóxicos por los caños de escape de todo vehículo motorizado y que queda impregnado en las fachadas de edificios y monumentos ennegrecidos y encerrados en los pulmones de los transeúntes.

La concentración de autos y ómnibus se magnifica por lo estrecho y amontonado que resulta el entramado de calles del centro de Florencia. Una gran cantidad de florentinos han encontrado en la bicicleta y en las motos un medio de transporte muy eficaz a la hora de sortear los atolladeros normales que se producen y para transitar en aquellas calles en las que sólo un birrodado o un bípedo es capaz de caber. Se echan de menos las zonas exclusivamente peatonales donde andar sea sinónimo de paseo y el respeto a las señales básicas de tránsito, como por ejemplo las cebras, que no están de adorno como creen los italianos sino que cumplen una función. En Italia, jamás te fíes de una cebra, mejor dicho, no te fíes de los descerebrados al volante.
Vista gélida desde Piazzale Michelangelo
Problemas y desahogos aparte, Florencia es bellísima. En pocos metros cuadrados se transita del siglo X al XVII como quien no quiere la cosa. El centro neurálgico de la ciudad está precisamente en la Piazza del Doumo. Il Duomo o Basílica de Santa María di Fiore es uno de los lugares más espectaculares de Florencia, sino el más. Esta enorme casa de veraneo de Dios fue terminada por Filippo Brunelleschi en 1436, más de un siglo después de que se comenzara con la fastuosa obra. A Brunelleschi, Bruno para los amigos, se le debe, además de algunos viáticos, la gigantesca cúpula que para sus colegas contemporáneos parecía una locura. La cúpula es como el ojo del Gran Hermano de Florencia, tal vez lo sea por qué no. Este ojo rojizo de ladrillo descubierto sigue y controla todos tus movimientos allá a donde vayas, al final de los callejones o simplemente cuando levantas la vista, Él siempre te está mirando. Pero si la omnipresente cúpula nos sorprende, que dejamos para la fachada y exteriores de este mastodonte. Está construida con mármoles de 3 colores diferentes: rojo, verde y blanco. A primera vista parece la casa de muñecas de la hija menor de Goliat, pero cuando se toma contacto con el frío y liso mármol se acaban las sospechas de que se tratase de plástico duro. Il Duomo en su interior es muy austero y espacioso, muy espacioso. Lo más destacado es el fresco que cubre el interior de la cúpula, “El Juicio Final”. Ni una buena tortícolis puede fastidiar la contemplación de tan majestuosa obra. Junto al río Arno, las plazas, los parques y tiendas, Il Duomo es uno de los pocos lugares con entrada gratis en Florencia, cosa que agradecen la cultura en general y las economías misérrimas como la nuestra. El resto de edificios cuestan entre 6 y 10 Euros, como la Academia donde está el archifamoso David de Miguel Ángel, del que por cierto conocimos a su hermano gemelo, la versión popular del hombre desnudo más admirado del mundo. Comenzando el paseo por Il Duomo, la visita de Florencia discurre sin prisas entre pequeñas y medianas iglesias y capillas de estilo gótico algunas, renacentistas otras, clásicas y románicas las que quedan; de mármol, ladrillo o adobe; de San Fulano, Santa Mengana o Santo Sultana; con paredes manchadas por algún famoso pintor o con esculturas talladas por algún conocido punzón.
Il Ponte Vecchio
Cuando el aire comienza a escasear y los pulmones piden a gritos un poco de aire limpio, se puede buscar la salida, mapa en mano, al Arno, el río que parte en dos a Florencia, o buscar uno de los tantos parques o zonas verdes que rodean la ciudad. Si salimos a la orilla del Arno posiblemente tomamos la vía Tornabuoni y recorrimos la zona más chic y distinguida de Florencia en la que las tiendas de Versace, Gucci, Prada y su abuela Carlota, pelean por llevarse el premio Glamour a la vidriera más extravagante. Estas vidrieras siguen siendo, para mi gusto, un museo gratis de surrealismo extraterrestre al que no le encuentro todavía el punto y miren que se lo busco. También travesamos la Piazza de la Signora, rodeada de restaurantes y bares caros, de esculturas y del Palazzo Vecchio, otrora residencia de los que fueron amos de Florencia, los Médicis. Pasando el museo de los Ufizzi, la galería de arte más antigua del mundo, a la que si decidimos entrar abonando lo que corresponde podremos contemplar obras de Botticelli, Tiziano, Leonardo y Goya, Rembrandt y toda la creme de la creme. Si en ese momento no tenemos los 7 euros de la entrada o nos aburren esas galerías de arte, continuamos cien metros y nos encontramos con las turbias y verdosas aguas del río Arno y sus puentes. O mejor dicho, el puente por excelencia de Florencia, Il Ponte Vecchio. Construido en 1345 tiene la particularidad de soportar a sus lados tiendas que se asoman al río. Hoy por hoy, estas tiendas son en su mayoría joyerías, pequeños búnkeres de alta seguridad que exhiben sus alhajas de oro y piedras preciosas. Hace unos cuatro siglos, como si fuera ayer, el Rey prohibió a los carniceros, curtidores y herreros que siguieran ocupando estas tiendas porque los muy asquerosos arrojaban todos los desperdicios al río. Fueron los primeros y tímidos intentos por luchar contra el cambio climático que ya se veía venir. El Al Gore del siglo XVI. Si será hermoso este puente que cautivó hasta el mismísimo Adolf Hitler. Cuando la II Guerra Mundial tenía ya sus vencedores, los nazis en retirada comenzaron a dinamitar todos los puentes sobre el Arno, salvo el Ponte Vecchio que enamoró al Fuhrer, si corresponde el sentimiento en un ser sin alma, y fue capaz de ablandarle el canto rodado que tenía por corazón. Sin embargo muchos siguen creyendo que el atolondrado del bigote raro se quedó sin dinamita. El puente siempre está abarrotado de turistas que miran más de lo que compran las joyas allí expuestas a ambos lados. La paz y tranquilidad se logra conseguir unas calles más adelante, en Altroarno (del otro lado del Arno), un barrio en el que abundan los negocios de antigüedades y pequeñas ferias de fin de semana. El frío y la lluvia nos jugaron una mala y húmeda pasada. La lluvia de poca intensidad, duró un día, al siguiente el sol dio vida nuevamente a Florencia y a nuestras fotos. El frío siguió su cause natural. Otro lugar que deja boquiabierto es la Piazzale Michelangelo, ubicada en una colina y con unas vistas sublimes de Florencia que te dejan helado. Aunque no gustaran las vistas, helado ibas a quedar porque la brisa gélida que corría de este a oeste y de norte a sur no dejaba impasible a nadie, se los aseguro.
Il Duomo
Muchos son los que han colaborado para que Florencia sea lo que es hoy, cuna del arte y del culto a lo bello, pero bastante le debemos a los Médicis que invirtieron lo que no está escrito para cultivar el arte de los grandes artistas. Este esfuerzo desinteresado por cumplir con todos sus deseos y los caprichos más excéntricos de esta noble familia debe tener su recompensa. Por eso creo necesario dedicarles este post de Florencia a ellos, los mecenas del arte mundial, porque despilfarraron todo su dinero para que nosotros lo disfrutemos. ¡Qué buena gente estos Médicis!

ITALIA 1ª Parte // Pisa

Cuando se llega a Pisa, la inercia y el poder magnético que ejerce el Campo dei Miracoli (El Campo de los Milagros) es asombrosa. Todos tenemos en la mente la famosa torre inclinada. Basta con escuchar Pisa, para que en nuestra mente viajera aparezca inmediatamente la torre más famosa del mundo, por su temeraria inclinación. Todos los esfuerzos puestos en que la gravedad de la Tierra no atraiga la hermosa torre inclinada son pocos e insuficientes, ya que si esta cae, Berlusconi no lo permita, perdería todo el encanto. Me pregunto si esta torre fuera derecha como debe ser toda torre que se precie de tal, sería tan vendida como imagen turística de la ciudad y de toda Italia. La inclinación, no cabe dudas que vende, y más vende esa incertidumbre del “quemecaigoquenomecaigo”. Lo cierto es que una torre caída perdería todo el glamour, y en Italia, donde hay mucho, sería imperdonable.

El Campo dei Miracoli se transforma entonces en una especie de embudo por el que irremediablemente pasan todos los turistas y curiosos que llegan por tierra, aire o mar a la piccola y encantadora ciudad de Pisa. En este lugar están concentrados, además de los vendedores ambulantes de souvenir con sus fálicas e inclinadas réplicas de la torre, los edificios más importantes de la ciudad: La Catedral, el Baptisterio y el Campanario, Campanile o para nosotros, la Torre Inclinada.

La Torre comenzó a construirse en 1173 como una torre de ocho pisos. Que quede claro que la inclinación no estaba en los planes ni en los planos ni en la mente poco agraciada del ministro de Turismo de la época. Cuando iban construidos 3 de los 8 pisos, un movimiento del terreno desplazó los cimientos de la torre provocando su inclinación. De esta forma se sepultaron las ganas de continuar con el proyecto del desgraciado arquitecto, quien se dedicó posteriormente a la venta de su propio cuerpo en las mugrientas calles Roma. Tuvieron que pasar 180 años para que un valiente retomara el desafío, sabiendo desde el principio que lo que comienza torcido o mal, puede terminar también torcido o peor.


Ocho siglos después, el Campanile sigue mirando de reojo a los visitantes que por ahora pueden seguir fotografiando y haciendo colas importantes para subir a su cúspide, confiando en que los andamios que lo sostienen como una especie de muleta o bastón aguanten ocho siglos más.
El hermoso verde del césped del Campo de los Milagros, no luciría tan espléndido si a los guardias que lo cuidan a cara de perro, no les temblara el pulso a la hora de usar unos potentes silbatos para amedrentar a los paseantes que se atreven a pisotearlo descaradamente. La espectacular alfombra natural sirve para realzar la elegancia de los 3 edificios más elegantes de Pisa.


La imponente Catedral con la fachada principal hecha con combinaciones de mármol blanco y negro dicen que sirvió a Galileo, un asiduo de las misas de los domingos, para elaborar la teoría del movimiento del péndulo, gracias a que sentía más interés por la inmensa lámpara de bronce que se balanceaba para fumigar en la nave central que por lo que decía en latín el serio sacerdote. Completa la majestuosidad de las construcciones, el Baptisterio, un enorme edificio circular, infaltable allí donde haya una Catedral.

Dice también la leyenda, esa señora que nunca se sabe si dice la verdad, que nuevamente Galileo, ciudadano ilustre de Pisa, subió a la cima del Campanile, cuando ninguno de los dos era famoso, para lanzar unas bolas de metal de masas diferentes y demostrar de esta manera su teoría de la constancia gravitacional de la Tierra. Pero más allá de leyendas, lo que cuesta creer no es que Galileo tuviera bolas de metal, ni que fueran de masas diferentes, ni que tuviera la audacia y el valor de lanzarlas al vacío como quien lanza una pelota de ping pong, nada de eso, mis dudas se fundamentan en la sospecha de que este hijo de Pisa hiciera semejante cola rodeado de japoneses después de pagar los exorbitados 15 Euros que cuesta la entrada, con lo tacaño que dicen que era.


Dejando atrás a los turistas empecinados en fotografiarse con poses típicas de sostener o de intentar enderezar con sus propias manos una torre que solo se enderezará el día que desgraciadamente esté horizontal, en definitiva, saliendo del polo de atracción turístico, Pisa se vuelve más tranquila, con recovecos románticos, callejones estrechos y unas vistas muy coloridas y apacibles a la orilla del río Arno.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El Yosemite

En una escapada de fin de semana fuimos al Parque Nacional Yosemite. Desde San Francisco son aproximadamente 4 horas cruzando el Valle Central, zona de tierras fértiles y un clima propicio para la agricultura. El valle del parque fue creado hace miles de años por una erosión glacial y se caracteriza por las imponentes paredes de granito que se elevan verticalmente por más de 1000 m a cada lado y nueve cascadas espectaculares.


3000 kilómetros de naturaleza al cien por cien. Un lugar fantástico. Es como pasear por una postal. Montañas, valles verdes, animales salvajes, hilos de agua cristalina corriendo entre redondeadas piedras o cayendo al vacío de las cumbres formando románticas y susurrantes cascadas, pacíficas vistas, sosiego y quietud para el alma, ah….


Este parque es una reserva de osos, por lo que hay que tener mucho cuidado con la comida. Ni el guiso ni las croquetas se pueden dejar dentro de las cabañas, y menos dentro de los autos, porque los osos entran rompiendo todo. Existen unos compartimentos afuera en donde se ponen no solo lo que son alimentos, sino también todo aquello que dé olor como jabones, perfumes, pasta de dientes, mis medias, etc. Los osos tienen ocho veces más desarrollado el sentido del olfato que los mismísimos hijos de perra. Por las noches es muy difícil conciliar el sueño porque cada ruido, por más insignificante que sea, en tu cerebro se representan unos enormes y malvados osos a punto de voltear la frágil cabaña. Por más que sean malos, salvajes, con olfato desarrollado, marrones, gordos, peludos, lo que sean estos animales, no podíamos irnos de allí sin ver un oso en estado salvaje. Y lo conseguimos, al borde de una carretera, oh maravillosa casualidad un plantígrado comiendo su merienda sin percatarse de nuestra presencia o lo que es lo mismo, sin darnos importancia, por fortuna bendita. De yapa vimos un puma mientras paseábamos por la ladera de una montaña, tampoco nos dio pelota, será que la entrada que pagamos no incluía estas emociones? Son encuentros catalogados de peligrosos pero según dicen los expertos es poco probable que alguien resulte herido. Las recomendaciones que dan ellos es que si el animal te ataca lo que se debe hacer es simplemente aparentar ser más grande y más malo que el. Esto se consigue levantando las manos o alguna rama, pegando unos gritos y poniéndoles cara de enojado. Lo fundamental es hacerle frente y no salir corriendo. Que sé yo, no tuvimos la suerte de probar la eficacia o no de esta interesante teoría.


Cerca de la entrada sur del parque está la Franja Mariposa donde se pueden admirar los impresionantes árboles Sequoias Gigantes. Estos arbolitos que pueden vivir más de 2000 años, llegan a medir unos 100 metros de alto y 19 metros de diámetro. El más famoso es el Grizzly Giant de 61 metros de altura y 29 metros de circunferencia!

Se descubrió hace poco que para reproducirse, los Sequoias gigantes necesiten fuego, por eso no es de extrañar que haya entre los árboles finas columnas de humo producto de pequeños incendios controlados.


domingo, 9 de noviembre de 2008

THE TESTAMENT

Un estruendo inexplicable a una hora inexplicable de la mañana en San Francisco hizo que saltara de la cama. Por un momento pensé que era un sueño de esos que no suelo tener por las noches. Pero no. Era el sonido ultrasónico de aviones que sobrevolaban acariciando los imponentes edificios del Distrito Financiero. Lo de las caricias era imaginación mía porque no los veía, pero el ruido ensordecedor era cierto porque por ahora no estoy sordo. Lo único que pensé era que los yanquis nos estaban invadiendo y como ocurre siempre, no tardaría en comenzar la lluvia destructora de las bombas sobre la fascinante ciudad de San Francisco. "!Oh my God!", fue lo primero que salió de mi boca. No quería ser un “daño colateral” de esta guerra innecesaria. Pensé en toda esa pobre gente que corría desesperada por las calles cargando lo poco que podían, sus bienes más preciados, sus alhajas, sus tarjetas de crédito, los posters de John Wayne. También pensé en esos mendigos que pululan desorientados por San Francisco que no tienen más que frío y un agujero en el estómago. Esos seguramente no correrían. Por una vez en sus vidas podrían recorrer las lujosas tiendas momentáneamente vacías y se probarían los mejores vestidos y los mejores trajes, se mirarían en el espejo, que bien que les quedan, son la elegancia en persona. Sin prisas, a pesar de la desgracia que se les viene encima, volverían a ponerse sus trapos sucios y hediondos de siempre y colgarían cuidadosamente los trajes y los vestidos en el mismo lugar de donde lo sacaron. Las pocas monedas que había en sus bolsillos jamás serían suficientes para pagar semejante lujo, semejante robo, ni que fueran de oro. Lentamente, enfilarían hacia la puerta. Respirarían el aire fresco de la mañana y tomarían asiento en la vereda del sol a mirar la gente correr calle abajo buscando refugio ante el inminente bombardeo de los aviones invasores yanquis.

Ciudadanos de San Francisco huyendo despavoridos a buscar refugio ante los inminentes ataques aéreos

Aviones estadounidenses a punto de atacar San Francisco.

“El fin del mundo”, pensé en español. “Shit”, dije en inglés británico. “¡El testamento!… ¡the testament, of course!”, fue el grito bilingüe que me desveló por completo, si ya no lo estaba. Eso era lo primero que tengo que hacer, el testamento. Encendí o prendí la computadora u ordenador y empecé a escribir rápidamente, tanto que mis dedos no se veían de lo vertiginoso que se movían. Mientras escribía sin perder de vista del teclado (todavía no puedo escribir sin mirarlo, ¿y qué?) los aviones que sobrevolaban San Francisco todavía no arrojaban bombas. Supuse que estarían buscando e identificando los objetivos. Me acordé del restaurante regentado por iraníes que está pegado a esta pensión de mala muerte. Sólo espero que estos, además de tener unos buenos precios y una comida excelente, no tengan armas nucleares en el sótano, de lo contrario serían un objetivo a destruir y nosotros volaríamos en mil pedazos por todo eso de la onda expansiva que llegaría hasta la tienda del chino de la otra cuadra. No hacñia falta ser Nostradamus ni la vidente Maruja para saber que el infierno ardería en breve y la maravillosa ciudad de San Francisco sería nuevamente escombros como sucedió en 1906 cuando un terremoto la tiró abajo y la vidente Maruja aún no había nacido.

Por no saber escribir sin mirar el teclado no me percaté de que el Word continuaba sin abrirse. ¡Qué pelotudo!, grité en uruguayo. Tenía que empezar otra vez pero ¿qué era todo lo que había escrito antes al aire? Después de pensar 10 minutos, comprendí que no había escrito nada porque no tenía nada que escribir. La desesperación y los nervios habían hecho que tecleara lo primero que se me vino a la cabeza y fue un poema que recité en la escuela cuando tenía 20 años menos y pesaba lo mismo que ahora.


Con la hoja del Word en blanco, pensé en Bill Gates y en las plantas que quedaron en mi casa, en el primero porque me gustaría tener un 1 % de la guita que tiene y en las segundas porque quería que siguieran vivas para nuestro regreso a Sevilla. También pensé en la estufa eléctrica que me olvidé de apagar antes de venir pero eso no sé porque vino a mi loca cabeza.

“Yo, Alejandro dejo… “. ¿Qué deja uno cuando no tiene nada que dejar? Vieron, por eso pensé en Bill Gates, el sí que tiene cosas para dejar. Dejar, dejar… la estufa prendida claro… ay que cagada. Que puede dejar alguien que tiene todas sus pertenencias en un humilde cuartucho de pensión en el centro de San Francisco. Y miré a Mariana. No porque quisiera dejársela a nadie. Dormía como una princesa porque cuando escuché el primer estruendo le puse unos tapones en los oídos de esos que usamos para viajar en el avión, que no ayudan una mierda pero en este caso servían para que Mariana durmiera dulcemente y esperara conmigo, juntos, un triste e irremediable final. A esta hora el asedio de la fuerza aérea estadounidense había cesado. Las insoportables y penetrantes sirenas de los enormes camiones de bomberos (seguramente las que aportan más decibelios a la contaminación acústica del planeta) seguían entrando como puñaladas en la habitación. No era para menos, la locura general había llegado a tal magnitud que los choques, desvanecimientos, rasguños, esguinces, etc. requerían la presencia de ellos. Pero eso no probaba nada porque con catástrofe o sin ella, la sirena de los bomberos es patrimonio sonoro de San Francisco. No exagero nada. Debe ser la ciudad del mundo en que más trabajan los bomberos porque hacen de todo. Sin ir más lejos el otro día una mujer fue atropellada, más bien empujada por un auto en un cruce. A los 5 minutos llegaron 1 ambulancia y 2 inmensos camiones rojos de los cuales bajaron 8 personas, de las cuales para controlar la situación fueron necesarias dos, de las cuales una atendió a la señora siniestrada.

“Yo, Alejandro dejo una estufa eléctrica prácticamente sin uso…” Ven que ni eso puedo. Vamos, no puedo morir sin redactar mi testamento.

“Yo, Alejandro, quien abajo firma, un servidor, un mártir en la guerra de San Francisco, caído en plena batalla cuerpo a cuerpo, alcanzado por bombas enemigas TL3 de alto impacto lanzadas desde el cielo por aviones estadounidenses, otro daño colateral más de otra guerra sin sentido, en definitiva, ese tipo al que todos recordarán con cariño, deja sus recuerdos de San Francisco para todo aquel que…” Suena bien. Los recuerdos de San Francisco. Qué querían, ¡dólares! A veces hay que ser más románticos, che. Más en circunstancias como estas en las que aviones yanquis cargados hasta el tope con bombas napalm sobrevuelan tu cabeza, como en Saigón en el 72, ni pensarlo es bueno. Ahí vamos…


Para los que les gusta la historia, les dejo el Gold Rush (La fiebre del oro)

Una de las causas, sino la única, para que San Francisco sea lo que es ahora fue la fiebre del oro que comenzó en 1849 cuando un tipo no quiso que se encontrara una pepita de oro en las Montañas de Sierra Nevada. Lo explico, resulta que el tipo, pongámosle Peter, vio la pepita de oro en el suelo y pensó que si decía que había una pepita de oro en la zona, el pueblo en el que vivía tranquilamente sin sobresaltos ni embotellamientos, ni smog, ni estrés, se convertiría en una gran metrópoli llena de rascacielos, contaminación y gente de todo el mundo que vendría con la esperanza de hacerse rico, no iba a conseguir nada de oro por lo que no tendría dinero para volverse a su país, por lo que se quedaría en San Francisco para siempre en un barrio en particular rodeado de compatriotas. Para preocupación de Pater, la pepita de oro fue a dar en la cabeza de un vago que se echaba una siesta debajo de un pino. El vago se despertó, sacudió la cabeza y siguió durmiendo plácidamente. Pero cuando Peter pensó que era afortunado, su suerte se torció y a unos cien metros del lugar otro vago que estaba escuchando un partido de fútbol en el que su equipo acababa de hacer un gol, gritó: "¡gol… gol…gol!". La mala suerte se ensañó con Peter y no sólo quiso que le metieran el gol a su propio equipo de fútbol, sino que eso era lo de menos porque las ondas acústicas de los gritos del vago sufrieron una serie de transformaciones en su propagación y lo que se escuchó fue: "¡gold… gold… gold!" (¡oro… oro… oro!). Los gritos fueron escuchados por el carnicero, que llamó a un primo que vivía en Australia, por el panadero que le mandó un SMS a su amante en China, y por la cocinera de los McQueen que como no conocía a nadie en el extranjero discó cualquier cosa y del otro lado del tubo atendió un gondolero de Venecia que ni lerdo ni perezoso se cruzó a remo el Mediterráneo y el océano Atlántico en un par de días. Así más o menos empezó la fiebre del oro, aunque he exagerado algo para hacer la historia más entretenida, que no es lo mismo que verdadera.
Se cree que Peter construyó una balsa y se lanzó al mar a dejar su triste vida en las fauces de los tiburones porque no quería descubrir unas islas paradisíacas que llamaría Hawaii y morir calcinado bajo la lava de un volcán pero el destino y su mala fortuna tenían dispuesto para él un viento fuerte del este que lo llevaría directo a unas paradisíacas y desérticas islas que resignado llamó Hawaii. Minutos después estaba esperando su triste final en la ladera tibia y temblorosa de una montaña humeante.

La ciudad que Peter quería

sábado, 8 de noviembre de 2008

Para los que suben y bajan les dejo Lombard Street

Las cuestas o bajadas, según vayas o vengas, son otra curiosidad de la ciudad. En el Barrio de Russian Hill (la Colina Rusa) se encuentra Lombard Street la calle con el tramo más famoso de San Francisco. A este tramo se lo conoce como “la calle más tortuosa del mundo” y no es para menos ya que tiene un ángulo de 27 grados. Para hacerla transitable tuvieron que hacer ocho curvas en poco más de 100 metros. Después le agregaron canteros con hortensias para darle un toque de color y consiguieron hacer de esta calle una de las más vistosas de San Francisco y sin duda, por lejos, la más fotografiada.






Lombard Street para arriba y para abajo



Para los que les gustan los puentes que mejor que dejarle uno de los más espectaculares: el Golden Gate

San Francisco es una ciudad de grandes puentes. Por el este el Bay Bridge, un puente con dos pisos, uno para ir y otro para volver, conecta a San Francisco con Oakland y Berkley, y al norte el Golden Gate Bridge que la une al condado de Marin. Este último, aunque no es el más grande, es sin duda alguna el puente más emblemático e icono incuestionable de San Francisco. Se terminó en 1937 y se considera una obra maestra de ingeniería en lo que respecta a puentes suspendidos. Además, el imponente Golden Gate con su característico color rojo no deja indiferente a nadie y es una maravilla para la vista.

Bay Bridge



Golden Gate Bridge




Mientras tanto...

... los aviones seguían surcando el cielo. El ruido era ensordecedor. Las bombas no tardarían nada en caer y hacernos polvo.

Para los que les gusta los fenómenos meteorológicos les dejo el fog (la niebla)

El clima de San Francisco es generalmente templado, el agua que está alrededor de la ciudad funciona como moderador del clima. La temperatura nunca baja de de los 0 grados y nunca sube de los 25 grados. Desde mediados de junio hasta octubre más o menos, se produce un fenómeno característico de San Francisco: la niebla. Las corrientes de aire caliente del interior de California se juntan con las de aire frío del océano Pacífico, se condensan y parapapa papá… con todos ustedes, la niebla. Esto sucede por las mañanas hasta el mediodía y vuelve al atardecer. Se producen grandes contrastes de temperatura durante el día. Por más que el solcito caliente nunca se debe salir desabrigado en San Francisco, ¡jamás! La imagen más impresionante de la niebla es cuando cubre totalmente al Golden Gate y se activan las sirenas para que los barcos puedan guiarse porque la navegación se torna bastante peligrosa. Disfruten de las imágenes.

La niebla entrando en la ciudad









Un video imperdible

Para los surfers les dejo las playas

Que sea verano en San Francisco no significa que necesariamente haga calor. La temperatura nunca sobrepasa los 25 grados por lo que no invita a darse un baño, conozco gente intrépida que sí lo haría. Para darse un baño solo hay que salir de San Francisco rumbo al sur o al norte, allí increíblemente sube considerablemente la temperatura. A pesar de ello las playas son extensas, pintorescas y muy limpias. El famoso clima californiano no le toca a esta zona. Sí es zona de surfers que se atreven con las frías temperaturas del agua, esperando la gran ola, de esas que por cierto se ven poco en San Francisco. Que no desesperen, ya vendrá.







viernes, 7 de noviembre de 2008

Para los que cumplen condena y se quieren escapar les dejo Alcatraz

El Fisherman´s Wharf (el muelle de los pescadores) es el embarcadero más famoso y activo de la ciudad. Además de tener una reserva de lobos marinos que dan el toque peculiar y aromático, a la vez que se defienden de los hambrientos tiburones de la bahía, es el lugar de donde salen los ferris y las excursiones hacia la isla de Alcatraz. “La Roca” como es conocida esta antigua cárcel de máxima seguridad que albergó en su día al mismísimo Al Capone, es desde 1963 uno de los atractivos turísticos por excelencia de San Francisco. La seguridad fue cuestionada cuando tres presos escaparon de los que nadie nunca supo de sus paraderos. Otro lugar sin demasiada importancia a no ser por las películas que se hicieron luego que la elevaron a la categoría de leyenda. Otra vez el cine de Hollywood con su poder mitificador, la mejor inversión en marketing turístico de los Estados Unidos.

La isla de Alcatraz

Reserva de lobos marinos en el Fisherman´s Wharf